Vivimos en una sociedad donde el poder del dinero lo es todo. Donde la riqueza comunitaria está injusta e insolidariamente distribuida. Es una sociedad donde se sobrevive más que se vive. Una sociedad donde los hijos son un problema -recordemos que España es el país europeo con más baja natalidad- y los ancianos una carga que nutre las residencias de la tercera edad. En efecto, hijos y ancianos se han convertido en un auténtico estorbo para muchas familias que no están dispuestas a ceder tiempo de su ocio consumista.
Es una sociedad donde las familias humildes sufren diariamente las injusticias de este Sistema donde los abusos están amparados por unas leyes laborales “basura” que en nada ayudan a los más débiles económicamente. Es una sociedad donde las necesidades básicas de todo ciudadano se han convertido en un lujo: trabajo, vivienda, sanidad…
Es una sociedad que requiere una transformación radical. Es esencial un cambio de mentalidad, capaz de desterrar al materialismo como eje de toda existencia Debemos de luchar para conseguir la consolidación de nuevos valores éticos que sustituyan al actual valor “dinero” por otros de espíritu más solidario.
La victoria del sistema
La izquierda está en su mayoría en manos del capital, manejada cual marioneta. Como alternativas al sistema capitalista, están totalmente desfasados y han fracasado radicalmente, y no es menos cierto que el sindicalismo de clase, desarrollado, alimentado y financiado por el sistema, está inmerso en la caducidad.
Si consideramos a la clase trabajadora como eje del movimiento revolucionario de lucha para la transformación de la sociedad, éste, hoy por hoy, ha fenecido como tal. Si ayer los sindicatos eran la vanguardia de la revolución, hoy y sin lugar a dudas, podemos afirmar que se han convertido en la retaguardia de la reacción y piezas fundamentales del consumismo burgués y del sistema economicista. La actual sociedad capitalista, mediante el consumismo y su moral economicista, ha convertido al trabajador en un mero objeto materialista fácilmente manseado con ligeras concesiones laborales.
El trabajador en muchos casos ya no lucha con moral solidaria, tan sólo cree en vivir sin problemas, en el valor “dinero” y en el poder que éste genera. Así mismo, el sindicato ya no es el vehículo de organización del proletariado. Este se encuentra perfectamente estructurado en el engranaje del sistema. Hoy los sindicatos sólo son empresas de gestión para las mejoras laborales, centros de organización de recreos varios para los trabajadores y estructuras para la celebración de romerías folklóricas y nada reivindicativas como el 1o de mayo. Los sindicatos son hoy las mejores organizaciones de control y coacción de los trabajadores.
El sindicalismo como movimiento obrero de participación, de reivindicación social, de lucha y de base revolucionaria, ha muerto; ha sido vencido por el consumismo, por la búsqueda del poder del dinero, por la acumulación del capital, por las subvenciones estatales y por las mafias sindicales y partidistas. Hoy la lucha de clases, ya no existe como tal, existe la lucha del yo por el ego, existe la lucha del antes tú, ahora yo.
Los trabajadores somos, como ayer, mercancía que se usa y se cambia. Somos seres que vivimos de un salario y éste se ha convertido en nuestra esclavitud.
Es necesaria, ante esta victoria del Sistema, una reorganización de toda la Clase Revolucionaria para hacer frente al injusto orden de cosas actual y a su punta de lanza: la Clase del Sistema. Urge pues, una total ruptura con las fuerzas políticas y sindicales del Sistema que trabajan por y para el sistema. Una ruptura que debe de articular una fuerza popular capaz de coordinar la protesta parcial y convertirla en una propuesta global. Urge luchar unidos, urge no callarnos ni aguantar más, y la división junto a la inacción o el pensar “no es mi problema”, es su mayor poder.
Pablo Alonso Cano